La población femenina en Pravia era muy abundante, más de la mitad de la población eran mujeres, debido, sin duda, al fuerte impacto de la emigración en el concejo. A pesar de ello, son las grandes olvidadas de la historia, aunque trabajaban mucho y muy duro. La primera profesión de Pravia, según los padrones, era «labores de su sexo», término que oculta muchos otros trabajos, los domésticos por supuesto, pero también agrícolas y ganaderos.

 Un ejemplo es el lavado de la ropa, ya fuera propia o ajena, cuyas duras condiciones no desaparecieron hasta la llegada de las máquinas de lavar en la década de los sesenta del siglo XX. Montserrat Garnacho, en Donde la culebra canta (Oviedo, 2000), pone en boca de una de esas mujeres el siguiente texto:

«… Y así y todo, cuántas veces llegabas y tenías que romper el hielo antes de ponerse a lavar, que tenías las manos sangrando de restregar contra la piedra y ni te dolían porque no las sentías. Y la barriga, igual, siempre con aquellas mojaduras…»

La primera noticia de una mujer dedicada a una profesión liberal, exceptuando las maestras, es la comadrona Esther Álvarez Orviz, que se anunciaba así en El Noroeste de 26 de noviembre de 1931.