Ecos de Pravia

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Bibliotecas Populares en Pravia

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«Hasta mediados del siglo XIX, la biblioteca había sido un coto cultural cerrado a la gran masa de población y sólo accesible para la minoría culta (religiosos, profesionales universitarios y estudiantes). A partir de la revolución de 1868, el liberalismo progresista pretendió acercar la cultura impresa a las clases bajas urbanas, en paralelo a la extensión de las escuelas primarias. Las nuevas bibliotecas eran populares en cuanto se dirigían a este sector de la población, pero estaban propiciadas por una burguesía culta y liberal que les imprimía su sentido de lo que debía ser la educación obrera: un aire intermedio entre escolar, moralizador y utilitario. Se destinaban a ellas libros de instrucción, de conocimientos aplicados y de divulgación general con un lenguaje fácil y comprensible, al mismo tiempo que se marginaba a la literatura en general y, sobre todo, a la denominada blanca de tema amoroso y sentimental.

Pero estas bibliotecas populares llegaron a adquirir otro carácter en el siglo XX, cuando se fundaron como sociedades y ateneos obreros y dejaron de estar sometidas al control paternalista de la burguesía liberal. Las nuevas entidades están dirigidas y gestionadas por los propios socios trabajadores con la apertura a todas las temáticas (literatura, novela de evasión, teoría política, historia, geografía) y con un contenido global crítico de los sistemas dominantes.» (Ángel Mato Díaz, La lectura popular en Asturias, 1869-1936, p. 18.)

Pravia no fue ajena a esta situación, más si tenemos en cuanta que, durante el primer tercio del siglo XX, existían entre la villa y el resto del concejo, al menos, una treintena de asociaciones de diversa índole: agrarias, políticas, culturales, religiosas… y prácticamente todas tenían entre sus fines crear una «biblioteca dignamente organizada».

Por la Hoja Parroquial, sabemos que entre 1925 y 1931, funcionaron la biblioteca de la Acción Social de la Mujer y otra promovida por la Juventud Católica, o sea, una femenina y otra masculina.

La de la Acción Social de la mujer (Hoja Parroquial, 17 de mayo de 1925) estaba “formada por obras de lectura moral y amena” y situada en los locales de la propia Hoja Parroquial. Abría los jueves y domingos de una a tres de la tarde. El Reglamento establecía el pago de diez céntimos por cada volumen que se llevaba en préstamo, que duraba quince días. Los retrasos se penalizaban con cincuenta céntimos de multa por cada diez días de exceso y se contemplaba el abono del importe del ejemplar en caso de extravío o deterioro notable. Tres años más tarde, encontramos, en la misma publicación (núm. 808, 11 de noviembre de 1928), un nuevo reglamento. Se reduce el horario de apertura a una hora semanal, los domingos de una y media a dos y media de la tarde, y se sube la cuota por préstamo a 15 céntimos por cada libro. Resulta chocante desde nuestra perspectiva la cantidad de sanciones previstas: veinticinco céntimos de multa al que retenga un libro más de quince días, diez céntimos a quien no entregue el recibo a la hora de la devolución del ejemplar, el abono de la reposición o reparación de ejemplares deteriorados o perdidos.

En 1930, se abre otra (Hoja Parroquial, núm. 886, 27 abril de 1930) promovida por la Juventud Católica, “donde los jóvenes pravianos puedan saciar su afición por la lectura”. Se comprometen a que en la selección de libros “habrá un amplio criterio, siempre dentro de la más sana moralidad”. Para la formación del fondo bibliográfico se pidieron al pueblo “libros que hayan leído y no necesiten”. En números posteriores de la Hoja se da cuenta de algunas de las donaciones recibidas, como la Historia de España y de la Civilización Española de R. Altamira y Las maravillas del mundo y del hombre de Villar, procedentes, suponemos que en forma de donativo, de la Diputación Provincial. A partir de 1931, esta biblioteca abrirá no solo para socios sino también para sus familiares y el horario de apertura era los martes, de 7 a 9 de la tarde. El préstamo se prolongaba durante ocho días y había que pagar 0,10 pesetas por cada volumen que se sacaba.

Pero también sabemos que el Ateneo Obrero de Pravia, constituido en febrero de 1933, disponía de una biblioteca que era su principal razón de ser. Así lo recogen sus estatutos, al señalar entre sus fines la creación de una «biblioteca de carácter circulante», a la que se destinarán “después de cubiertos los gastos del local, se destinará el 50% de los ingresos, como mínimum a las atenciones de la biblioteca” (artículo 21). También hay un capítulo íntegro, el sexto,  dedicado a su funcionamiento. La biblioteca estaba regida por la comisión segunda; un miembro de ésta debía estar siempre presente en las dependencias, haciendo las veces de bibliotecario. El carácter circulante es lo más destacable de la misma, pudiendo cada socio sacar un libro durante un período máximo de diez días, sólo si estaban al corriente de las cuotas. Si nadie solicitaba el mismo libro, podía renovarse, de cinco en cinco días, previo pago de una tarifa de 10 céntimos de peseta por renovación.

Además, el Círculo Mercantil, fundado en 1925, tenía biblioteca a disposición de los asociados y sus familias. Fuera de la villa, en algunos pueblos, como Peñaullán, Villavaler, Forcinas, Arango, probablemente Santianes o Agones, y posiblemente algunos más, se crearon asociaciones de carácter cultural que contaban con biblioteca.

La guerra civil supuso la pérdida de esta riqueza asociativa, riqueza no sólo en número, sino también en diversidad ideológica. Las bibliotecas de las asociaciones, fuera cual fuera su orientación política, fueron sometida a inspección y expurgo a través de las comisiones depuradoras de bibliotecas públicas, como muestra el texto de varios oficios conservados en el Archivo Histórico Municipal, firmados por el Rector de la Universidad y fechados en el otoño de 1937: «En vista de las atribuciones que me han sido conferidas por la Comisión Provincial de incautación de bienes y como Presidente de la Comisión Depuradora de Bibliotecas, sírvase remitirme una relación de obras existentes en la biblioteca de esa Sociedad, acompañando los nombres de los autores, a los efectos que determina la Orden del 16 de actual.» Una vez examinada por la comisión la lista de títulos se estableció la siguiente clasificación: «1.ª Obras pornográficas de carácter vulgar, sin ningún mérito literario. 2.ª Publicaciones destinadas a propaganda revolucionaria o a la difusión de ideas subversivas sin contenido ideológico. 3.ª Libros y folletos con mérito literario o científico, que por su contenido ideológico puedan resultar nocivos para lectores ingenuos o no suficientemente preparados para la lectura de los mismos. Los pertenecientes a los dos primeros grupos serán destruidos y los del tercero, guardados en cada Biblioteca en lugar no visible ni de fácil acceso al público. Estas últimas publicaciones sólo podrán ser utilizadas por personas que lleven permiso especial dado por la Comisión de Cultura, previo asesoramiento por las autoridades competentes.» (Luis García Ejarque, Historia de la lectura pública en España, p. 245).

 

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