Ecos de Pravia

Un sitio para divulgar curiosidades y noticias del pasado del concejo de Pravia.

De excursión por el Nalón

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Manuel López de la Torre tenía, en calidad de Cronista de Pravia y su Concejo, una sección en la Hoja Parroquial que, bajo el epígrafe «Algo más para la historia de Pravia», abordaba diferentes cuestiones y a la que Ecos de Pravia recurre en muchas ocasiones. Hoy transcribimos el relato de una navegación entre Las Mestas y San Esteban de Pravia, en la que le acompañaron Arturo Aguirre Martínez, Félix Suárez Cuervo, Manuel Martínez Bernardo y Raúl Areces Alonso, publicada en el número 1.352, de 31 de julio de 1960.

Vista del Nalón, de Antonio Passaporte, 1928. Fotografía procedente del Archivo Loty. Fototeca del Instituto del Patrimonio Cultural.

«La importancia que a nuestra comarca deparaba el Nalón o Río Grande de Asturias, de puro sabida, casi la tenemos olvidada los pravianos.

No está dicho todo lo que hay que decir de la pesca, de la navegación y de las luchas en el primitivo Abia. Ni tampoco se habla casi nunca de sus bellezas , ni de ver el modo de clarificarla.

Si antes el Nalón reservaba el primer de sus favores para los habitantes de las tierras que al final de su curso triunfal le hacen guarda de honor, hoy, a pesar de su «negra condena», todavía les sigue prodigando la flor de los encantos que el Creador fabrica ribereños para adorno de los ríos asturianos.

Allí donde el Narcea entrega sus límpidas aguas al Nalón, a la vista de Forcinas, antes de las nueve de la mañana del día diez de julio de mil novecientos sesenta había en una barca cinco pravianos dispuestos a hacer la no usada travesía Las Mestas-San Esteban de Pravia, para ir hasta el mismo mar contemplando con sus propios ojos cuanta hermosura el gran río encierra: pozos de pesca, rabiones, tablas, meandros, islas, cachones, etc.

A las nueve en punto da comienzo el descenso frene a la Peña Prieta que juntamente con la Mansa y el pozo de la Figal son los nombres más familiares a los viejos pescadores de salmones y xagüetos en la zona comprendida entre la desembocadura del Narcea y el Almial, contiguo al puente del ferrocarril vasco-asturiano.

De los remos y el fitón van encargados dos bravos lobos de río: Arturo Aguirre Martínez y Félix Suárez Cuervo, ambos de Peñaullán conocedores metro a metro del cauce de esta parte del Nalón, D. Manuel Martínez Bernardo que a su profesión de veterinario une una gran afición a la pesca, se nos descubre como un fotógrafo consumado. Armado al hombro de su Retina y una Silette, por si acaso, vigila atentamente las ocasiones de fotografiar todo lo que pueda ofrecer algún interés.

Don Raúl Areces Alonso, para quien ni el río ni la pesca tienen secretos (de raza le viene al galgo) desempeña su cargo a la perfección que da la veteranía y de vez en cuando echa mano al fitón para alivio de Félix y Arturo.

Este humilde cronista va perfilando el diario de a bordo, con notas toponímicas, pesqueras, anecdóticas y curiosas, que no caben aquí.

A las nueve y diez estamos en la Cerezalina, pasamos la Peña del Barco, donde tanto carbón se viene sacando a través de los años y donde tiempos ha un barquero tenía su industria, pues no había puente alguno en Forcinas.

Dejamos atrás el Mato y la Mansona y a las nueve y media entramos en el Batiel. Después del Salceu nos detenemos en la Xuncia o Pozo de las Xanas para fotografiar la desembocadura del Aranguín. Aquí encontramos el primer pescador que madruga. Habíamos dejado en la Mansa al popular Manguera, de pie sobre aquel conato de muelle desde el que los muchachos con fama de buenos nadadores se zambullían, antes de que se pusiese de moda el Pozo del Viso. Pero Manolo Manguera no estaba de pesca, bajaba a buscar agua al río. Por cierto, que su sorpresa no fue pequeña al confundirnos con extranjeros. No era extraño que nuestra indumentaria le hiciera creerlo así.

Dan las diez cuando nos encontramos en el Molinón. Arturo asegura que hasta aquí llegan las mareas de septiembre y nos señala un sitio en que «vio un bando de muhiles tan grande que comían el agua.» A renglón seguido nos mete por debajo de unos homeros con peligro de gorras y sombreros, pero este rubio pescador y buen remero, que fue la alegría en ruta, es de opinión que «conviene ir por debajo de las ramas para que nos tornen las moscas.»

Empiezan a notarse los efectos de la marea a las once y diez. Siete minutos después aparece el nordeste que ya no nos abandona hasta San Esteban de Pravia, arreciando cada vez más y retardando la marcha de un modo imprevisto nuestro horario de descenso.

Quedan a retaguardia el Tiñoso, límite del concejo de Pravia con Soto del Barco, Caciplos, la Isla, en que vimos unos nidos que nos llamaron mucho la atención, el pozo del Pical, la Escalera, el Llastre y hacemos alto frente a la Bimera. Son las once y media y los estómagos reclaman un refrigerio. Sin salir de la barca reponemos fuerzas y a las doce bogamos de nuevo. Las gaviotas nos sobrevuelan a las doce y cinco. El nordeste hace sumamente lenta la navegación. Cruzamos por debajo del puente de La Portilla a la una y cinco. Nuestra vista se recrea con el maravilloso panorama que anuncia la desembocadura del Nalón: la Magdalena y el Castillo de San Martín. Parece como si intencionadamente al viajero se le fueran presentando sucesivos cuadros cada vez más bellos para terminar en una apoteosis.

Se descansa durante veinte minutos en el Castillo y la una y cuarenta y cinco otra vez al hogar, pero el nordeste es tan fuerte que ni los remos ni el fitón son útiles. Es preciso navegar a la sirga. Félix y Arturo, descalzos, saltan a la orilla y van llevando la barca tirada de una cuerda. Cambiamos de orilla y al fin a las dos y treinta de la tarde La Nalona, barca de tres toneladas de carga, arriba felizmente al muelle de San Esteban de Pravia dando por terminada la más hermosa travesía que los pravianos puedan imaginarse.

Porque esto pertenece a la historia de Pravia, hechicera tierra donde nací, por eso os lo cuento aquí.»

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