A finales del siglo XIX, Pravia, cabeza de distrito y partido judicial, era un concejo donde la mayoría de la población se dedicaba a la actividad agraria en pequeñas explotaciones en régimen de arriendo y/o foro; con un sector secundario minúsculo y un sector servicios, poco mayor que el anterior, capitalizado por la villa. Todo ello, lo hacía el lugar ideal para que el caciquismo operara de forma descarada en todos los órdenes de la vida.
El sistema político de la Restauración —1875-1923— se basó en un procedimiento electoral fraudulento tanto en el período de sufragio censitario, hasta 1890, como en el de sufragio universal masculino, entre 1890 y 1923. Durante toda la Restauración, especialmente en los distritos rurales, la mayoría en todo el país, el sistema de elección de diputados a Cortes se configuró sobre una base caciquil de patronazgo, es decir, clientelar, en el que los diputados se elegían mediante el fraude, la falsificación de resultados, la compra de votos y, en menor medida, la coacción violenta. El poder caciquil era de naturaleza política —siendo la riqueza un plus en su ejercicio— y se basaba en el dominio de la administración pública local y en el establecimiento de relaciones clientelares o de patronazgo sobre personas subalternas. El sistema caciquil era bidireccional y se articulaba en cuatro niveles, desde la escala local hasta la ministerial. El primer nivel lo conformaban los grandes líderes políticos, jefes de facciones dentro de los dos grandes partidos dinásticos, personajes que aspiraban ocupar la presidencia del consejo de ministros, los ministerios o que eran potencialmente ministrables. Bajo éstos se encontraban todos sus seguidores dentro de su facción, diputados en Cortes que controlaban uno o varios distritos; tras ellos venían los diputados provinciales, personajes que manejaban y administraban la concesión de dádivas e infraestructuras a los distritos y municipios. Finalmente, había un cuarto nivel, la escala local, en el que se situaban los alcaldes, concejales, secretarios municipales y jueces; los caciques que operaban dentro del distrito y ejercían el control político-administrativo para mantener la elección bajo su control.
En el caso de Asturias, el Partido Conservador dominó la provincia durante la mayor parte de la Restauración; su cacique máximo era Alejandro Pidal y Mon que tenía como lugarteniente al marqués de Canillejas. El dominio conservador de la región alcanzó hasta mediados de la segunda década del siglo XX, recordemos que Pidal muere en 1913. El Partido Conservador contaba con el apoyo de la mayor parte de la nobleza tradicional, la mayoría de los grandes propietarios, banqueros, industriales y comerciantes. El Partido Liberal era apoyado por la nobleza de nuevo cuño, los profesionales liberales y parte de la burguesía comercial e industrial.
El “cacicato de Pravia”, como lo denominaban los representantes del reformismo local , estaba dominado por dos familias, los Moutas y los Revillagigedo, grandes poseedores de tierras y los primeros, además, detentadores del poder municipal desde, al menos, el último tercio del siglo XIX. Las elecciones eran como “un acto de familia”; los votantes eran convocados a la casa de los Moutas, y de ahí salía la designación del voto. Durante estos años, el consistorio de Pravia estaba presidido por Sabino Moutas y Bernaldo de Quirós, alcalde claramente del Partido Liberal, como muestra la crónica, publicada por El liberal de Gijón: órgano del partido liberal dinástico, de 1 de septiembre de 1892, firmada por un tal Samaná, publicada con motivo de la «gira» asturiana del jefe del partido liberal, Práxedes Mateo Sagasta:
(…) Los liberales de la corte del rey D. Silo saludan con el mayor entusiasmo al ilustre señor Sagasta, al verle pisar por primera vez esta tierra hoy dominada por los caciques del partido conservador.
Para recibir a nuestro importante hombre público, los liberales de Pravia engalanaron el puente con profusión de banderas.
Al entrar en él los carruajes que acompañaban al señor Sagasta, de todas las casas salían cohetes de «tamaño colosal».
Una de las músicas que paseaban las calles de nuestra hermosa villa, se adelantó a recibir al señor Sagasta tocando el himno de Riego; otra, la de Luarca, dirigida por el avilesino don Eliodoro González, se hallaba junto a un gran arco de follaje, emplazado frente a la Sociedad de Recreo La Maravilla.
Vivas a Sagasta, a la libertad, a la democracia y a la Reina salían de todas partes, y una lluvia de palomas se desplomaba sobre el apiñado concurso.
Un grupo de artesanas regaló al señor Sagasta un ramillete de flores naturales, entrelazadas con cintas, en las que se leía: «Las artesanas de Pravia al ilustre Jefe del partido liberal», y varias señoritas le dieron un «bouquet», también de flores naturales.
Al apearse el señor Sagasta, la multitud le seguía, pudiendo entrar con dificultad en la casa de don Sabino Moutas, donde se hospedó.
En la escalera del alojamiento del señor Sagasta, le recibió una comisión compuesta del dueño de la casa, don Sabino Moutas, don Luis Martí, don Blas Costales, don Nicasio Trelles, don Sabino Plaza, don Maximino Solis, don Maximiliano Orts y otros varios.
El banquete se celebró en un extenso salón de la casa del señor Moutas. La mesa estaba adornada con flores naturales. (…)
Las músicas no dejaron de tocar en todo el día. Gaitas y tambores recorrían las calles de la villa, y las danzas y bailes dificultaban el paso en las calles. Los vivas resonaban por todas partes.
Los arcos tenían estos lemas; el de follaje: «Pravia por Sagasta; Los liberales del distrito a su ilustre jefe; Grado, Cudillero, 1881, 1885».
El que se hallaba junto a la casa del señor Moutas, figuraba ser de sillería. Tenía estas inscripciones: «Bienvenido; Moutas a su ilustre Jefe».
En un taller de zapatería situado en la calle de San Antonio, hacía un lienzo con el verso siguiente:
«Roves, modesto industrial,
Hoy sus afectos ofrece,
Al insigne e ilustre Jefe
Del partido liberal.»
Un marinero, vestido como los de la marina de guerra, llevaba un estandarte donde se leía: «¡Viva Sagasta! Los liberales de Cudillero y Muros».
Se veía otro con el retrato del señor Sagasta, orlado con cintas de oro. Decía: «A su ilustre Jefe, los liberales de Grado. ¡Viva la libertad!»
El regreso se verificó a las seis de la tarde.