Ecos de Pravia

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Benigno Arango Alonso: tiempos convulsos

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En "Región", 24 de febrero de 1931

En «Región», 24 de febrero de 1931

Nuestro distinguido amigo don Benigno Arango nos remite una carta en la que dice que «para satisfacer la curiosidad encubierta de una impertinente alusión que una pluma anónima publicó en no se qué semanario», quiere hacer constar que debe a la Dictadura «primero, la pérdida de un cargo oficial; segundo, el alejamiento de la vida profesional durante tres años, por entender que con la suspensión del Jurado la labor criminalista, en determinados delitos, era absolutamente ineficaz; tercero, mi baja absoluta en el ejercicio de la abogacía en el mismo instante en que empezó a regir el código de Galo Ponte, texto ilegar que por mi honor juro que no llegué siquiera a leer; cuarto, registro y persecuciones policiacas, y quinto, la vida austera modesta en que actualmente me desenvuelvo.

Enfrente de este debe —añade— podría presentar un haber; pero no lo hago porque me consideraría deshonrado si esa finalidad hubiera informado mi conducta.»

Queda complacido nuestro amigo.

La Voz de Asturias, 23 de abril de 1931

En enero de 1931, Benigno Arango se instala de nuevo en Oviedo, reabre su despacho de abogado, primero en la calle Altamira 11 y, a partir de julio, en la calle Campoamor 27, frente a la estación del Norte, y se integra nuevamente en la vida social y cultural de la región, mostrando tanto en su actividad como en sus textos su filiación republicana. Así, en un artículo titulado «La libertad de pensamiento» (La Voz de Asturias, 23 de junio de 1931), en el que critica el violento ataque contra el partido reformista de Melquiades Álvarez durante un mitin celebrado en el Teatro Campoamor como consecuencia del cual la mayoría de los candidatos reformistas optaron por no presentarse a las elecciones convocadas para el 28 de junio, afirma que la república debe ser un régimen de libertad y justicia donde todos los ciudadanos puedan exponer sus opiniones y defender sus ideales, manifestándose satisfecho de haber laborado, en la modesta esfera en que yo podía hacerlo, para la implantación del régimen republicano. Ese mismo día y en el mismo periódico, firma otro texto, «Los dos enemigos», donde reflexiona sobre la polarización de la sociedad, defendiendo la ecuanimidad, el eclecticismo, que aconsejan el aplauso o la censura sin sectarismos, según el mérito o el demérito de los actos, para pedir, finalmente, que busquemos la verdad con ayuda de la inteligencia, (…) abandonando la arena movediza de las pasiones como mejor procedimiento para marchar seguros por el camino de la civilización.

"La Voz de Asturias", 10 de enero de 1932.

«La Voz de Asturias», 10 de enero de 1932.

Como conferenciante, es invitado por el Ateneo de Turón donde, bajo el título «Momentos históricos», recorre la historia política desde Cánovas del Castillo y Sagasta, asistiendo numeroso público y cosechando grandes aplausos según la reseña de La Voz de Asturias del 26 de marzo de 1931. El 14 de mayo vuelve al Ateneo de Turón para disertar sobre «Anécdotas y perfiles de la proclamación de la República», en la que analiza la actualidad del momento. Se refiere en concreto a la quema de conventos y edificios religiosos que en esos días se produjo, primero en Madrid y luego en provincias, considerándola como un hecho consecuente de la marcha de la revolución en el sentido de que el pueblo que comenzó sereno y ponderado, puesta su confianza en que había llegado la hora de la justicia, se impacienta por la lentitud con que el Gobierno se produce. Añade que estos lamentables sucesos pueden ser una provechosa lección para el Gobierno, que despertará a la realidad, acelerando el ritmo para ponerse en el lugar justo que calme las ansias del pueblo. En enero del año siguiente, 1932, pronuncia otra conferencia en la sede del Círculo Republicano Liberal Demócrata, el antiguo partido reformista de Melquiades Álvarez, titulada «La política y la ciudadanía» donde glosó su figura, destacando su patriotismo y alto valor cívico, a que tan poco acostumbrados estamos en este país, donde cada cual procura adaptarse a la política que más conveniencias aporta (La Voz de Asturias, 12 de enero de 1932).

En estos tiempos reingresa como oficial del Gobierno Civil, pues en octubre de 1932 es nombrado secretario de la Junta Provincial de espectáculos (Región, 28 de octubre de 1932) compatibilizándolo con el ejercicio de la abogacía. A finales de este año, Benigno Arango se ve envuelto en una polémica en prensa a propósito de la postura del Colegio de Abogados de Oviedo en relación a la aprobación de la Ley de 8 de septiembre de 1932 que autorizaba al gobierno a imponer la jubilación forzosa anticipada de jueces y magistrados como sanción a sus actuaciones profesionales. Los colegios de abogados se oponen a ella por considerar que atentaba contra la independencia del poder judicial y en el de Oviedo se celebra, en noviembre de ese año, una junta en la que Benigno toma la palabra para defender el principio jurídico, universalmente reconocido, de la obligatoriedad de las leyes, base y sostén del orden social. En lo más íntimo de la conciencia individual, podrá haber leyes que nos parezcan injustas, pero en tanto no se deroguen hay que acatarlas, porque lo contrario significaría una invitación a la indisciplina social (Región, 22 de noviembre de 1932). Según la noticia que publica La Voz de Asturias dos días antes, el 20 de noviembre, el desarrollo de la junta, a la que asistieron veintisiete colegiados, fue bastante movido y en algunos momentos apasionado, y la propuesta de Arango de no haber lugar al debate porque el ministro de Justicia, entonces Álvaro de Albornoz, no hacía sino aplicar la ley fue rechazada por 16 votos contra 9. Finalmente se acordó oponerse a la aplicación de esta ley mientras no se constituyera un Tribunal de Garantías Constitucionales tal como exigía el título VII de la Constitución. El argumento esgrimido por Benigno Arango, de acatamiento a las leyes vigentes por encima de cualquier otra consideración, se repetirá en varias ocasiones a partir de estas fechas en las que, por su trabajo en el gobierno civil, se verá directamente involucrado en la agitada vida política de estos años. 

Sobre el funcionamiento de los gobiernos civiles nos importa señalar que, según Joan Serrallonga i Urquidi («El aparato provincial durante la segunda república. Los gobernadores civiles, 1931-1939», en Hispania Nova: revista de historia contemporánea, n. 7, 2007), en el régimen restauracionista la maquinaria de los gobiernos civiles se había ido llenando a rebosar de difusas competencias de gestión, que no de decisión final. Unas gestiones que eran atendidas por un singular grupo de empleados, pertenecientes la mayoría a cuerpos de ámbito nacional. Esta es una característica que se mantendrá prácticamente intacta durante la República. Sin ninguna duda, el secretario o los oficiales estaban mucho más al quite de los asuntos de la provincia que el efímero gobernador. Las funciones a las que se refiere eran, principalmente, las relacionadas con el orden público y control electoral pero también otras muy variadas como la beneficencia, el registro de asociaciones, la vigilancia de la prostitución y espectáculos, elaboración de estadísticas, protección de la infancia, regulación de vida local y algunas contribuciones e impuestos. Por ejemplo, La Voz de Asturias del 21 de noviembre de 1933, al ofrecer los datos del resultado de las elecciones del 19 de noviembre que ganaron las derechas, agradece la intervención de Arango a la hora de proporcionar los datos oficiales del escrutinio:  Por fin, a las cuatro y media de la tarde, don Benigno Arango, como periodista viejo y dándose cuenta de lo que significa que a esa hora tuvieran los linotipistas que estar componiendo el robo de un bolsillo de señora, nos acompañó a donde pudiera haber información y nos dictó los siguientes datos (…).

En lo personal, parece que rehace su vida junto a Paz Rivera Martínez, «mayor de treinta años, viuda, natural de San Juan de Puerto Rico y vecina de esta ciudad [Oviedo]». A ella le lega, en el testamento firmado en Oviedo el 3 de octubre de 1931, la mitad de los bienes que posea en el momento de su muerte. La otra mitad debía ir destinada a su hermana Isabel Arango Alonso, una vez descontado lo que pudiera corresponder según la ley vigente a su aún esposa Luz Villamil Valledor.  En el documento recoge también su deseo de ser enterrado junto a su hijo Benigno.

Por lo demás, transcurren estos años sin demasiado sobresalto en la vida de Benigno Arango, a quien vemos asistiendo a diferentes reuniones sociales, como al homenaje ofrecido a Arturo Buylla Godina (La Voz de Asturias, 10 de mayo de 1931), o recibiendo y saludando a Indalecio Prieto cuando visitó Oviedo, en mayo de 1933, siendo ministro de obras públicas. Tampoco deja de viajar frecuentemente a Madrid, donde, según La Libertad (29 de enero de 1933), acude al banquete con el que Santiago Casares Quiroga, entonces ministro de la gobernación, obsequió a los periodistas que cubrían habitualmente la información de su ministerio y, ya en diciembre del 34, es recibido por Niceto Alcalá Zamora  (La Libertad, 12 de diciembre de 1934).

"La Voz de Asturias", 21 de febrero de 1935.

«La Voz de Asturias», 21 de febrero de 1935.

En febrero de 1935, es nombrado secretario del gobierno civil en sustitución de Rafael Prieto, que dejó el cargo por jubilación. El nombramiento es recibido con alegría en el comité local del partido republicano liberal, que llega a enviar un telegrama de agradecimiento a Alejandro Lerroux (Región,  de febrero de 1935). No es fácil la época que le toca vivir a Arango en su nuevo cargo, en medio de la tremenda represión que se llevó a cabo tras los sucesos revolucionarios de octubre del 34.  Su primer gobernador fue Ángel Velarde, nombrado en noviembre de ese año con amplísimas atribuciones que le facultaban para la reconstrucción y desarme de la región, disolver o permitir asociaciones y ejecutar los mandatos de los ministerios de Gobernación, Instrucción, Sanidad, Obras Públicas, Trabajo, Comercio y Comunicaciones, lo que explica el apodo que se le adjudicó de «virrey de Asturias». En su nuevo puesto, Benigno se encargaba de representar al gobernador en diferentes actos oficiales, sustituirlo al frente del gobierno cuando sale de la provincia, trasladar las noticias del gobierno civil a la prensa y gestionar las ayudas de la Junta de Socorros para la reconstrucción de los daños provocados por la revolución: este ministro [Portela Valladares] ha aligerado el uso de la censura, quitando preocupaciones por igual a nosotros y a don Benigno Arango, que bastante tarea tiene con ese cubileteo de cifras de la Junta de Socorros (La Voz de Asturias, 1 de mayo de 1935). 

Por ejemplo, en representación del gobierno civil asiste a la imposición de Medallas del Mérito teléfonico a tres funcionarios por el comportamiento observado por ellos durante los sucesos revolucionarios y las pruebas de lealtad que recibió el Ejército de ocupación durante su entrada y permanencia en Asturias (La Voz de Asturias, 24 de febrero de 1935) y a la entrega de la finca «Montealegre», en Somió, para dedicarla a Estación Pecuaria Regional (La Voz de Asturias, 6 de agosto de 1935).

También acompaña al gobernador civil a diferentes actos cívicos y sociales, con lo que se relaciona con otras autoridades de la región, especialmente con Antonio Aranda Mata, entonces comandante militar de Asturias, cuya amistad, como veremos más adelante, será decisiva para Benigno Arango. Junto a él y otras autoridades visita la Colegiata de Teverga (La Voz de Asturias, 5 marzo de 1935), asiste a un almuerzo con motivo de la visita del general Cabanellas, director de la Guardia Civil, en el que están también Velarde y Gerardo Caballero, comandante de las fuerzas de asalto (Región, 12 de marzo de 1935), lo vemos en la tribuna de autoridades durante el desfile militar que se celebró para conmemorar el cuarto aniversario de la República (La Voz de Asturias, 16 de abril de 1935) y en la despedida de las fuerzas de los legionarios de la cuarta bandera del Tercio (Región, 7 de octubre de 1935).

Mientras tanto siguen los consejos de guerra y Benigno Arango aún encuentra tiempo para actuar como abogado defensor, el 30 de abril de 1935, de Fernando García Fernández, acusado con Severino Fernández Suárez y Evaristo Fernández Menéndez de auxilio a la rebelión por esconder a Ramón González Peña. El periódico Región del 1 de mayo nos ofrece un extenso reportaje del juicio. Según el relato del fiscal, la noche del 12 de octubre llegó a casa de Fernando, Cornelio, quien como pariente suyo, solicitó les facilitara hospedaje a él y a otro que le acompañaba. Al día siguiente, Cornelio explicó a Fernando que quien le acompañaba era Peña. Sin embargo, Fernando aún les mantuvo en su domicilio todo aquel día. Y al siguiente, se puso al habla con Severino Fernández por mediación de otra persona para que les buscara alojamiento. (…) Benigno Arango afirma, tras la proclamar la inocencia de su defendido, que éste es un hombre de orden, lo que se llama un perfecto burgués, y como tal, enemigo de todo movimiento revolucionario. La propia Guardia Civil de Cornellana, en su informe, dice que es persona de excelente conducta tanto privada como pública, amante del orden y respetuoso con los poderes públicos. Fue sorprendido por la rebelión, cosa natural dado su modo de ser y el lugar apartado en que habita. Llegó a su casa Cornelio Fernández y aduciendo lejano parentesco que los únía solicitó les facilitara alojamiento a él y a otro compañero que huía por temor a las iras de los revolucionarios. En tales momentos, Fernando obró como un autómata. No puede considerarse la acción por él realizada como constitutiva de delito por cuanto que, para ello, falta la intención dolosa de cometerlo. Obró como hombre de orden. Así lo demuestra el hecho de que las 14.000 pesetas que le entregaron las depositó en manos del comandante señor Doval en el momento en que éste llegó a Cornellana con la fuerza a sus órdenes. Esa es la prueba más palmaria de su inocencia. Termina su breve informe solicitando la absolución de su patrocinado. Pese a las razones alegadas por el defensor, Fernando García Fernández fue condenado a ocho meses de prisión, aunque mucho menos tiempo de los doce años que le pedía el fiscal. 

Benigno Arango finaliza el año y comienza el siguiente en medio de un baile de gobernadores: en diciembre de 1935, Velarde dimite como gobernador civil y es nombrado para sustituirlo el militar José Bermúdez de Castro, que toma posesión el 25 de diciembre. Poco dura Bermúdez en el cargo porque, en enero de 1936, llega a ocuparlo José María Friera Jacobi. En este sentido, cuenta Ricardo Vázquez Prada, en 1932-1936, que los gobernadores cambiaban con frecuencia. No recuerdo a muchos de ellos, sólo a Velarde, que llegó a Oviedo con el triunfo del combinado Ceda-Radical Liberales Demócratas, y a Bosque, cuando ya el Gobierno Civil estaba en lo que hoy es calle de General Yagüe y después del triunfo del Frente Popular, fue el penúltimo gobernador de la República, en Oviedo. El último apellidado Lausín, sólo lo vi una vez, porque en aquellas fechas dejé de hacer información en su Departamento.

 

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