
Vista de Cordovero. Copia digital facilitada por Fernando Inclán Suárez.
Siguiendo desde Linares hacia el mismo nordeste se halla, a los tres cuartos de legua, otra parroquia que llaman Cordevero [sic], echada al medio día por encima y a la izquierda de un riachuelo que llaman el río de Tablado por tener su origen en el monte que llaman Tablado, que está una legua más arriba. Corre este pequeño río por el medio del valle de Arango, adquiriendo por este motivo el nombre del río Aranguín, y desagua junto a la villa de Pravia y un poquito más abajo en el Nalón. Esta parroquia se compone de dos lugares que es el uno el dicho Cordovero y el otro Villamundrid [sic], que está a la otra parte del río, y en el medio de la cuesta que baja de la parroquia de Malleza. Hay en este río puentecillos para transitarle. Tiene esta parroquia 50 vecinos y hace 1.800 anegas de frutos. Se celebran junto a la iglesia de ella dos pequeñas ferias de iguales mercancías que las ya citadas. La una el día de San Emeterio y Zeledonio, y la otra el día de Santa Lucía.
Esta descripción de Cordovero la firma Ramón Fernández San Miguel, el 6 de febrero de 1801, como parte de las respuestas sobre el concejo de Salas enviadas a Francisco Martínez Marina para la redacción de su inconcluso Diccionario histórico-geográfico de Asturias. Por ellos sabemos también que la parroquia de San Miguel de Cordovero tenía, en 1769, 206 personas. Pero nada dicen los papeles del antíquismo y curioso origen del pueblo. La historia, entre otras muchas cosas, la cuenta Iván Muñiz López en «San Rosendo y su familia: bases de poder de la aristocracia asturleonesa en la Asturias de los siglos IX y X» (Territorio, Sociedad y Poder, nº 2, 2007, p. 221-264). En él se analiza la formación del dominio de San Rosendo y su familia en la Asturias de los siglos IX y X, un importante patrimonio distribuido en dos zonas: el centro de Asturias en el entorno de la sede regia de Oviedo, con las villas de Edia, hoy parroquia de San Félix de Hevia, en Siero, y Parias, en el emplazamiento de la actual Pola de Lena, y en el bajo Nalón, otro centro de poder real, las villas de Cordovarium, Canneto y Quintonios, es decir, Cordovero, Cañedo y Quintoños, la última en el concejo de Salas.
Siguiendo a Muñiz López, San Rosendo procedía de una las familias más poderosas del reino asturleonés desde mediados del siglo IX, cuando vivió su bisabuelo, el conde Gatón, pariente cercano del rey Ordoño I (850-866), que sabemos desempeñó importantes cargos políticos y militares. Estuvo al frente de las fuerzas asturianas en la batalla de Guazalete (854) en apoyo de los toledanos sublevados contra el emir de Córdoba y llevó a cabo la repoblación de Astorga, donde fijó el centro de su gobierno. Es muy posible que las posesiones en Asturias de la familia, procedentes de la herencia por vía paterna, fueran fruto de una donación de Ordoño I por los servicios prestados o que les pertenecieran ya por parentesco con la familia regia.

Propiedades en el bajo Nalón de la familia de San Rosendo. En «San Rosendo y su familia: bases de poder de la aristocracia asturleonesa en la Asturias de los siglos IX y X», Iván Muñiz López (Territorio, Sociedad y Poder, nº2, 2007, pp. 221-264.)
Centrándonos en las posesiones del bajo Nalón, la primera mención a una de ellas es la que recoge, en torno a 912-916, un documento de donación entre Gutier Menéndez, nieto de Gatón y padre de San Rosendo, y su esposa Ilduara Eriz, gran difusora del monacato en Galicia, de una posesión in territorio Asturiense villa quam / vocitant Cordovarium ab integritate, qui est fundata / iuxta ripa rivi Arancum, cum adiacentiis vel cunc/tis prestationibus suis, lugar que se identifica fácilmente con Cordovero. En 934, consta el reparto entre San Rosendo y sus hermanos Munio, Froila y Adosinda de la quinta parte de las villas que les pertenecían en Asturias: in Cordov/ario, in Caneto et in Quintonios. Es decir, Cordovero y Cañedo, controlando la vega del Aranguín, y Quintoños en Salas, dominando la vega del Narcea.
La parquedad de la descripción de la donación de Gutier e Ilduara no nos permita conocer más detalles de las construcciones que tenía el Cordovero de comienzos del siglo X o a qué se dedicaban los diferentes espacios. La población se asienta a media ladera, debido seguramente a la estrechez del valle en el curso alto del Aranguín, que queda como espacio improductivo. Alrededor del caserío, que ocupa la posición central, se extiende el espacio agrario: zonas de cultivo, pastos y bosque, cuya distribución y organización se perciben aún hoy.
Así lo sostiene Fernando Inclán Suárez, en «Cordovero: una aldea celta con historia», publicado en La Nueva España de 9 de diciembre de 2010, a propósito de un peculiar uso tradicional del pueblo: «Su fértil ería, conocida como Llousina, de una extensión primitiva de unas dos hectáreas, antes de la contrucción de la nueva iglesia parroquial en la parte superior y de la merma por la carretera local, se reparte entre los vecinos beneficiarios para el cultivo individual. El sorteo se hace, cada cuatro años, el primer domingo de octubre, después de la celebración de la misa, y solamente pueden disfrutar de una parcela los residentes en el pueblo, casados e hijos legítimos de matrimonio, cuando uno de los padres hubiese nacido en Cordovero. En caso de muerte de uno de los consortes, el viudo continúa beneficiándose de la parcela, mientras la viuda conserva sólo media.»
Continua hablándonos allí de la huella en la memoria colectiva de la vinculación de los orígenes de Cordovero con Ilduara, la madre de San Rosendo: «es notorio y proverbial en el pueblo que la ería de la Llousina fue donada por una dama de la nobleza para su disfrute en las condiciones referidas inusuales en el reparto de comunales por su carácter moralizante». Y más adelante, justifica la donación de la Llousina como acción de gracias por haber concebido allí a su hijo mayor, Rosendo, el monte Cordoba citado en la Vida y Milagros de San Rosendo, escrita por Ordoño de Celanova en torno a 1160, con Cordovero: «Ilduara, desesperada por no tener descendencia —sus hijos nacían muertos—, tras continuas súplicas en diversos santuarios, estando en la villa real de Salas se dirige al monte Cordoba, distante unas dos millas en línea recta por el bosque, y el gran sufrimiento y sus piadosas oraciones acaban en una visión angélica anunciadora del cumplimiento de sus anhelos. Llamado su esposo Gutier, que estaba combatiendo a la morisma en Coimbra y transcurrido el debido tiempo, nació su primer hijo, San Rosendo, al que siguieron después otros cuatro. En acción de gracias, Ilduara dio libertad a las familias siervas y les cedió la mitad de la heredad que poseía en aquél lugar, edificando en el mismo una iglesia en honor de Dios y de San Miguel. Este suceso, despojado de los excesos hagiográficos, puede ubicarse perfectamente en el actual Cordovero». Ahora bien, según Iván Muñiz López, Cordovarium es un topónimo muy poco habitual en la diplomática altomedieval asturiana, pero abundante en el sur de España y que se conserva en la actualidad entre la comunidad sefardí. Además, hay unanimidad en identificar el lugar de nacimiento de San Rosendo con Santo Tirso, en las inmediaciones de Oporto. Iván Muñiz López sugiere que Cordovero sería fruto de una fundación familiar, en una zona cercana al centro de poder regio praviano y habría recibido su nombre como recuerdo de otras posesiones de la familia.
Cordovero actuó, a partir de su fundación, como centro regulador del poblamiento del espacio que la rodeaba. A mediados del siglo XI, se han fundado a menos de un kilómetro de Cordovero tres villas, también de origen nobiliario, que en 1058 el conde Veremuntus Armentáriz y su esposa doña Palla donan a San Salvador de Oviedo: Folguarias (San Miguel de Folgueras), Lauro (Llouru) y villa Mondrici (Villamondriz).
Dos siglos después, San Miguel de Cordovero está integrada en el señorío episcopal de Oviedo, apareciendo en el inventario de parroquias de don Gutierre de 1385-1386 como parte de su red eclesiástica, mientras Cañedo aparece formando parte del patrimonio de San Salvador de Cornellana, cediéndose en préstamo en el año 1129 a Pedro Guiliéniz, mayordomo del poderoso conde Suero Bermúdez, que junto a su esposa Enderquina fueron los refundadores del monasterio.