El cura párroco de Riberas, Pedro Fernández Arango, nos deja testimonio, en respuesta fechada el 8 de diciembre de 1791, al interrogatorio del entonces Juez Noble del concejo de Pravia, José de Salas Navia y Arango, preocupado por la observanza de la ley santa de Dios, veneración y respeto de sus templos y reforma en la relajación de costumbres de nuestros súbditos, de algunos aspectos de la vida cotidiana de los pravianos de finales del siglo XVIII.
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Volando voy

Imagen tomada de «Una fiesta milenaria: el Santísimo Cristo de la Misericordia de Pravia» de José Antonio Martínez González, Pravia, Asociación Cultural Manuel López de la Torre, 2003, t. I, p. 69.
Volar como las aves ha sido, desde antiguo, uno de los anhelos del ser humano. Deseo que se materializó primero con la navegación aerostática, es decir, globos y dirigibles, que empezaron a usarse en España, con fines militares, a finales del siglo XVIII. Cien años después, aparecen en escena los vuelos en aparatos más pesados que el aire, los aeroplanos. Es fácil imaginar la expectación que despertarían en la población estos primeros vuelos y las noticias en torno al tema son frecuentes en la prensa de la época. Por ejemplo, leemos, en la revista mensual Páginas escolares editada en Gijón, a partir de 1904: Los primeros vuelos toman no pocos puntos de semejanza con los del pavo; hoy ya se imita bastante bien a las perdices y hasta se les sobrepuja (…) Difícil es precisar las aplicaciones que el porvenir tiene reservado a las máquinas de volar, aviadoras o aeroplanas.
El Xiringüelu

Xiringüelu en Cañedo, año 1943, imagen tomada de Memoria Digital de Asturias.
En 1940, en el bar La Cueva, existía, como era habitual en la época, una tertulia integrada por Santiago López, Ulpiano Lueje, Telesforo Palacios, Managuas, José Barrera, Tuquín, Argüelles, Luis el de la Imprenta y José María «El Minuto», entre otros. Según cuenta José Antonio Martínez en Fotos históricas de Pravia: especial Xiringüelu, núm. 15, 2007, de donde sacamos la información para este artículo, fue a Santiago López a quien se le ocurrió la idea de organizar una verbena en la calle, para animar el ocio de la villa en los primeros años de la posguerra. La idea fue acogida con entusiasmo por los tertulianos y el público en general. La verbena se financió con donativos de organizadores y vecinos y la fiesta duró dos días, según se desprende de la crónica del diario Región de agosto de 1940: