La ley del descanso dominical, es decir, la que obligaba a un día de descanso a la semana, se aprobó el 3 de marzo de 1904 y, en general, generó mucha confusión sobre cómo debía de aplicarse. Su importancia radica en que, a partir de este momento, el ocio deja de ser algo exclusivo de las clases más pudientes, abriendo el camino a nuevas formas de entretenimiento de masas y a espectáculos y diversiones antes reservadas a unos pocos. Donde más tardó en calar esta ley, además de los sectores, como la minería, donde su cumplimiento dificultaba la producción de la empresa, fue entre el comercio y la hostelería. Los propietarios de los comercios lograron, justificándose en la costumbre de los mercados dominicales, convertirse en excepción a la ley. En el sector hostelero la batalla fue más dura, aunque los cafés pronto quedaron excluidos de su aplicación. La mayor preocupación la constituían las tabernas, centro de reunión de las clases trabajadoras y verdadero caballo de batalla para los sectores más conservadores de la sociedad. Así lo señala un editorial de El Carbayón, del 7 de septiembre de 1904:
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Multas y altercados
Tenemos muchas, muchísimas denuncias de altercados en los que están presentes las armas de todo tipo, algo chocante desde el punto de vista actual. Entonces no debía de ser tan chocante pues, en el ya mencionado libro de Manuel Gimeno Azcárate, La criminalidad en Asturias, señala la proliferación de armas de todo tipo como una de las causas, con el alcohol y la taberna, del aumento de la delincuencia: El revólver, la pistola, el puñal, la navaja en todos sus feroces aspectos y principalmente la navaja barbera, característica de la región, han venido a sustituir a clásico y pintoresco palo, con tanta habilidad manejado en las romerías por el aldeano.
Billetes falsos
Pocos comentarios necesita esta denuncia, conservada en el Archivo Histórico Municipal, de un intento de poner en circulación billetes falsos de 100 dólares. Está fechada el 13 de enero de 1922 y firmada por el cabo de la Guardia Municipal y Serenos, Jesús Pérez Polledo. Es un poco larga, pero merece la pena, porque es casi de película, con persecución incluida.