La ley del descanso dominical, es decir, la que obligaba a un día de descanso a la semana, se aprobó el 3 de marzo de 1904 y, en general, generó mucha confusión sobre cómo debía de aplicarse. Su importancia radica en que, a partir de este momento, el ocio deja de ser algo exclusivo de las clases más pudientes, abriendo el camino a nuevas formas de entretenimiento de masas y a espectáculos y diversiones antes reservadas a unos pocos. Donde más tardó en calar esta ley, además de los sectores, como la minería, donde su cumplimiento dificultaba la producción de la empresa, fue entre el comercio y la hostelería. Los propietarios de los comercios lograron, justificándose en la costumbre de los mercados dominicales, convertirse en excepción a la ley. En el sector hostelero la batalla fue más dura, aunque los cafés pronto quedaron excluidos de su aplicación. La mayor preocupación la constituían las tabernas, centro de reunión de las clases trabajadoras y verdadero caballo de batalla para los sectores más conservadores de la sociedad. Así lo señala un editorial de El Carbayón, del 7 de septiembre de 1904:
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La situación de los obreros
Así tituló Félix Varela la colaboración que publicó El Noroeste, el 6 de febrero de 1931, y que os dejamos aquí para que os hagáis una idea de la situación económica de las clases más humildes en esa época. Una vez más, encontramos un texto que, salvando las distancias propias de la retórica del momento, nos parece de sorprendente actualidad.