Ecos de Pravia

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Volando voy

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Imagen tomada de «Una fiesta milenaria: el Santísimo Cristo de la Misericordia de Pravia» de José Antonio Martínez González, Pravia, Asociación Cultural Manuel López de la Torre, 2003, t. I, p. 69.

Volar como las aves ha sido, desde antiguo, uno de los anhelos del ser humano. Deseo que se materializó primero con la navegación aerostática, es decir, globos y dirigibles, que empezaron a usarse en España, con fines militares, a finales del siglo XVIII. Cien años después, aparecen en escena los vuelos en aparatos más pesados que el aire, los aeroplanos. Es fácil imaginar la expectación que despertarían en la población estos primeros vuelos y las noticias en torno al tema son frecuentes en la prensa de la época. Por ejemplo, leemos, en la revista mensual Páginas escolares editada en Gijón, a partir de 1904: Los primeros vuelos toman no pocos puntos de semejanza con los del pavo; hoy ya se imita bastante bien a las perdices y hasta se les sobrepuja (…) Difícil es precisar las aplicaciones que el porvenir tiene reservado a las máquinas de volar, aviadoras o aeroplanas.

 

En España, el primer vuelo registrado data del 5 de septiembre de 1909, en el campo militar del regimiento de artillería de Paterna (Valencia) y el piloto fue Juan Oliver, que pilotaba un biplano construido por el ingeniero Gaspar Brunet, y que se mantuvo en el aire sesenta segundos, seis años después del primer vuelo de los hermanos Wright.  Pronto las exhibiciones de vuelo se convirtieron en un atractivo más en los programas festivos de los municipios.

En el caso de Pravia, dos años del vuelo de Paterna se pudo disfrutar de una de ellas. En 1911, coincidiendo con las fiestas del Cristo que en ese momento aún se celebraban a finales de septiembre y comienzos de octubre, los pravianos en particular, y los asturianos en general pues la organización cifró en cinco mil los visitantes, muchos de Oviedo dicen las crónicas, pudieron ver, en el  Campón, en Peñaullán, lugar elegido para la exhibición,  al pionero piloto francés afincado en San Sebastián, Leoncio Garnier.  Las entradas eran de de 0,75 pesetas en las localidades de preferente y 0,50 pesetas en las de general. El espectáculo contó con cuatro vuelos repartidos en dos tardes consecutivas de fin de semana. El primer día, a causa del fuerte viento, los vuelos fueron cortos; el aeroplano no alcanzó una altura superior a los 450 metros y la duración de sendos vuelos fue de escasos minutos, por ejemplo, el primero fue de siete minutos. El segundo día el viento dio un respiro al aviador y al público, pudiendo deleitarse con piruetas y un vuelo a 600 metros de altura.

No sería la de Garnier la única exhibición de este tipo que observaron los ojos de los pravianos; al año siguiente se trató de contratar al también piloto francés, Laffargne, pero un mal entendido en los telegramas lo imposibilitó, ya que en esas fechas, el as de los aires estaba en París. In extremis se trató de volver a traer a Garnier o a otro piloto, Benito Loygorri Pimentel, el primer aviador español titulado que había conseguido la licencia en Mourmelon (Francia), pero no dio tiempo. Gracias a este fracaso podemos saber lo que costaba contratar un evento de este estilo; Laffargne cobraba 2.500 francos, más alojamiento . Una década más tarde, se programó otra exhibición aérea, en este caso a cargo del piloto santanderino Joaquín Cayón, que creó gran expectación y ansiedad en los ilusionados espectadores .

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