Ecos de Pravia

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Los tesoros de Doña Palla

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Son numerosísimas las leyendas y tradiciones orales que hablan de tesoros, ayalgas o chalgas, enterrados y frecuentemente relacionados con los moros o mouros que los escondieron en su precipitada huida de territorio asturiano tras la mítica victoria de Pelayo en Covadonga. El castro de Doña Palla no fue en absoluto ajeno a este fenómeno y tenemos noticia de varios chalgueiros, buscadores de tesoros, en esta zona.

Los chalgueiros se valían de las llamadas gacetas o gacepas, según Juan Menéndez Pidal (Colección de viejos romances que se cantan por los asturianos en la danza prima, esfoyazas y filandones recogidos directamente de boca del pueblo, Madrid, 1885) «Gacetas» o «Gacepas» llama el pueblo en Asturias a estas escrituras fingidas que contienen las noticias de tesoros ocultos. Ignoramos quién pueda ocuparse en hacer tales documentos apreciadísimos por la gente crédula; que dice proceden del Archivo de Simancas, y suelen traerlas consigo los segadores cuando vuelven de su penosa excursión. (…) una de esas «Gacetas» (que, no sin grandes dificultades, hemos podido arrancar a su poseedor), porque en ella se revelan el gusto oriental que tan hondas raíces ha echado entre el vulgo, y una de las leyendas por él más admitidas, cual es la de los moros encantados.

Imagen tomada de «Tesoros, ayalgas y chalgueiros» de Jesús Suárez López.

Seguramente muchos recordarán a Emilio Fernández Cuervo, nacido en El Castro en 1921, el ayalgueiro de Peñaullán. Su historia y mucho más sobre este tema está recogido en el libro Tesoros, ayalgas y chalgueiros: la fiebre del oro en Asturias, de Jesús Suárez López (2001) disponible en la Biblioteca para quien quiera saber más. Emilio era el afortunado poseedor de una de esas gacetas, que describe como un libro así de gordo [unos veinte centímetros], con unos cartones de cuero. La mitá de las letras ya nun se conocían, de la antigüedá…, tenían muchos años. Y los cartones parecía que estaban apolillaos de la cantidá de cientos de años que tenían. (…) Yo cogí [apuntes] de lo que yo conocía, de lo que me parecía a mí que tal. Si cojo todos aquellos apuntes taba escribiendo hoy tovía.

En una entrevista, cuya lectura os recomendamos, que recoge el citado libro, realizada en 1988, Emilio, recuerda sus comienzos como buscador de tesoros, atribuyéndolos al descubrimiento casual, durante una salida al monte para cazar con un vecino, Arturo González, de una cuevina de ná en la que había una poza. El hallazgo hizo que Arturo recordara que su suegra Serafina decía que en la antigüedá decían los antiguos que aquí que había un tesoro, que se corría que había aquí un tesoro, así que se decidieron a pedir permiso al dueño del terreno y buscar por la zona. Cuenta Emilio que encontró una lanza, encontré ciertas cosas, utensilios de fierro de diferentes maneras, hebillones de mulos, ostras de mar (…) un muro , y no era un muro de veinte centímetros, había sitios que tien cuatro metros de grueso, (…) una pipa, (…) cinco mallas como si fuera la cadena de un reló (…).

Siguiendo el relato de Emilio vemos, como en tantas ocasiones, que sus hallazgos, incluidos como si fueran dientes de personas, y  huesos y cincuenta mil cosas, no eran ningún tesoro de los moros, sino huellas y restos de antiguos pobladores. El profesor José Manuel González y Fernández-Vallés visita el lugar en 1951 y lo incluye en el catálogo de castros asturianos que publica en Archivum, XXI (1966, p. 255-291)  con el nombre de El Palacio de doña Urraca, situado en el término de Castro, lugar de Doña Palla, parroquia de Pravia.

Imagen del tesorillo de doña Palla, extraída de «Tesorillo de denarios de Doña Palla (Pravia)» de Manuel Mallo Viesca.

La arqueóloga Paloma García Díaz, que ha estudiado los castros del concejo de Pravia, publicó en la Revista de la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio San Luis (n. 5, 2003, p. 8) esta descripción: Está enclavado en el lugar del Castro en el pueblo de Peñaullán. Se trata de un espolón de las estribaciones de la falda oeste de la sierra de Fontebona, situado sobre el río Nalón. Es una elevación de forma casi circular, limitada al norte por el río Nalón, al este por el arroyo del Tiñoso y al oeste por el reguero conocido con el nombre del Rosico. Este espolón está separado de la ladera por un gran foso artificial practicado en la parte sudeste. De este castro ya se tienen noticias desde principios del siglo XIX cuando, parece ser, que entre 1803 y 1804, se localizó un torques en el extremo sur del gran foso defensivo. 
El recinto amurallado conserva restos de sus estructuras defensivas (fosos, muralla y taludes), así como fragmentos de muros. 
De época romana, se cuenta con un tesorillo de monedas aparecido en las obras del tren y molinos giratorios. [Estudiadas por Manuel Mallo Viesca en «Tesorillo de Doña Palla», Archivum, t. 19, 1969, p. 93-97]
Desde el punto de vista cronológico, no se puede afirmar con seguridad el origen de este castro, aunque la aparición del torques, del tesorillo de monedas romanas y de los molinos giratorios nos hacen pensar que, al menos, en época romana este poblado ya existía. En cuanto a su utilización en época medieval, queda claramente reflejada a través de las noticias de antiguos historiadores como Banzes y Valdés, verificadas por las excavaciones practicadas en el yacimiento en los años ochenta.

Las excavaciones de la década de los ochenta fueron dirigidas por Francisco Javier Menéndez Conde y, después de que el Ayuntamiento de Pravia comprara los terrenos del castro en 2003, se han ido realizando estudios que aún no han visto la luz.

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